¡Camarada, arranquemos este blog con un tema espinoso… ¿Por qué no?
Hablemos pues, nada más y nada menos, del lenguaje incluyente o inclusivo o igualitario.
¿Está bien? ¿Está mal?… Vamos a ver.
Hace un tiempo ya, en las redes sociales se hizo tendencia una persona de sexo no binario que exigía durante una transmisión en vivo, con llanto en los ojos, que el exponente se dirigiera a ella como “compañere”.
Por sos mismos días, Vargas Llosa, nobel de literatura, fue cuestionado sobre el machismo en la lengua con el uso del masculino genérico y su primera respuesta fue una despampanante risa de villano…
Los dos eventos se viralizaron de manera simultánea en las redes donde las expresiones de odio no se hicieron esperar.
Insultos, burlas, memes… y uno que otro argumento articulado a favor o en contra del término.
Creo que la evidencia es clara: insultar es para los cobardes; escuchar y dialogar, para los valientes.
Así pues, dialoguemos.
Y para ello, te voy a hacer una confesión: hasta hace no mucho, en privado, preguntaba a mis amigos más cercanos sobre sus razones con respecto al uso de la “e”. Siempre hallaba más o menos las mismas afirmaciones:
“Porque ni la ‘o’ y ni la ‘a’ me representan”.
“Porque el español cambia y está vivo”.
“Porque el masculino pone al hombre como medida de todas las cosas”.
“Porque invisibiliza a las mujeres y a las personas de género no binario”…
Pero hubo alguien que me dio la razón más convincente de todas:
“Porque quiero”.
Podemos encontrar los argumentos del uso del masculino genérico en la lingüística, en la gramática y en la historia de la lengua. Pero para el deseo personal, no. No hay manera de refutar la preferencia que alguien tenga para el uso.
A su breve y contundente afirmación, esa persona añadió que lo suyo (la publicación con un “niñes” que detonó mi pregunta) era un post de FB. Que ella no escribía libros.
Y sí… cada quien, camarada, habla y escribe como le viene en gana, así como cada quien es libre de profesar “x” religión.
Y así como ser de “x” religión no nos hace buenos de facto, tampoco ser ateos nos convierte en malos de inmediato.
Y hablo de “buenos” y “malos” porque a eso se está reduciendo este tema tan rico y complejo al que hay que seguirle la pista.
Creo que en este asunto no podemos perder de vista el hecho de que estamos ante una decisión. Hay quien decide que el masculino genérico no es una opción y propone otra. Y, en la medida de sus posibilidades, la usa.
Y a eso no me puedo oponer.
De los eventos que se viralizaron hay dos cosas que me parecieron lamentables:
1. Que nadie mencionó que el exponente se detuvo para escuchar la inquietud y dijo: “Lo siento, compañere” y continuó.
Eso nos muestra que no nos cuesta nada decirle a alguien de “x” o “y” manera y continuar. Que alguien lo solicite, tampoco nos obliga a nosotros a hacer todas las concordancias al hablar o escribir.
2. Que Vargas Llosa, miembro de la RAE, no haya tenido un argumento convincente para explicar por qué el masculino genérico no es machista.
Lo más que atinó a decir es que el uso de la –e “desnaturaliza” la lengua… y esa afirmación se cae muy rápido porque si algo ha definido al español es la evolución constante (y por cierto, no se da de la noche a la mañana).
¿Qué es lo que hay que tomar en cuenta ante esta diatriba?
El objetivo.
El objetivo de este nuevo uso que despierta los enojos es justo ese: hacer un llamado a mirar al otro, a desacomodar lo establecido.
Y por supuesto, las redes son el lugar perfecto para ello porque (entre otras cosas) es donde reina la brevedad. Ahí no se sostienen los discursos de largo aliento: esos donde es necesario poner atención a todas y cada una de las concordancias desde la primera hasta la última línea con el fin de mostrar un mensaje lo suficientemente articulado.
Así pues, el objetivo del lenguaje incluyente no es una comunicación clara y concisa. El objetivo es político.
¿El problema?
Hay varios.
Y por supuesto, no voy a hablar aquí de “la belleza del español” o de “la descomposición del idioma”.
El problema más grave que encuentro es que utilizar la “e”, la “x”, el “@” o el desdoblamiento (escribir “los y las”) pareciera que, cual varita de hada madrina, genera la inclusión.
Y… la realidad tiene ejemplos magistrales para espetarnos lo contrario. El más flamante de todos me parece el “chiquillos y chiquillas, mexicanos y mexicanas” de Vicente Fox… el mismo expresidente que con desparpajo dijo que las mujeres somos lavadoras de dos patas.
Me tocó tratar a un grupo de mujeres que se llenaban la boca con el “otres”, pero las condiciones laborales para sus empleados distaban mucho de ser dignas… Y puedo seguir.
Ante eso… ¿En serio decir o sentirme incluida en el “todos” ya me hace machista?
Si bien no puedo condicionar la expresión de los otros, tampoco se puede esperar que como hablante del español me ciña a un uso que me es ajeno.
Ojo: el uso. El hecho de que no me sea natural expresarme con un “todes”, no quiere decir que excluya a los otros en el día a día, así como usarlo tampoco es garantía de congruencia.
Y finalmente, entre los argumentos más articulados a favor del lenguaje inclusivo es que, justamente, sus promotores no buscan obligar a nadie a usarlo. Tampoco desean tener la bendición de ninguna academia.
Hay más, camarada… Mucho más que decir al respecto y ha llegado el momento de hacer una revisión sin vísceras de por medio.
Y como no puedo desarrollar en un texto de opinión los motivos que han dado al masculino genérico su lugar en nuestro uso, mejor te dejo unas transmisiones que hice sobre algunos capítulos del gran libro de Álex Grijelmo Propuesta de acuerdo sobre el lenguaje inclusivo. ¡Espero los disfrutes, camarada!
Cuéntame… ¿tú que opinas de este tema?
Una respuesta
A mi me cuesta trabajo hablar o escribir con la “e”, sin embargo trato a todos con respeto, sea hombre, mujer, genero no binario, alto, bajo, flaco, gordo, con dos piernas o con una; católico, cristiano, con gusto por el helado sabor vainilla o chocolate. Así como incluyo y respeto a todos, me gustaría que respetaran mi forma de expresión.