Camarada…
Antes de empezar este texto debo confesarte algo que siempre procuro ocultar. Una pequeña vergüenza. Mi primera carrera fue la actuación. El escenario fue mi lugar por muchos años y después, nomás no me hallé ahí. Y, para ser más honesta aún, siempre ando renegando del teatro a los cuatro vientos, pero entre dientes le estoy profundamente agradecida porque –entre otras cosas– me entrenó la mirada para uno de los territorios que hoy en día he podido explotar como escritora y tallerista: la autobiografía.
¿Y qué tiene que ver el teatro con la autobiografía? Pues la desnudez.
Subirse a un escenario es igualito que enfrentarse a la página en blanco porque uno se expone una y otra y otra vez, camarada.
En el escenario todo se ve con lupa: los errores, el disfrute, los defectos, el entrenamiento, el virtuosismo. Todo. Cada movimiento. En la escritura de la autobiografía, también. Y peor aún, en estos terrenos no hay personajes ficticios a interpretar porque en cuanto se utiliza el término autobiografía, ya desde ahí se establece que la cosa se trata de uno. La desnudez, pues. En cada línea uno deja la carta abierta para que los demás lean los milagros y vergüenzas de nuestra vida y obra.
Escribir autobiografía implica asomarse a uno y, si se tienen las agallas, bajar hasta el lugar más oscuro y polvoso del sótano para escribir sobre todo eso. Claro que cada quien decide qué tanto le quiere entrar y cuánto va a exponer. Podemos quedarnos a salvo en la superficie y dejar un texto muy coquetón en el que seamos el héroe “quítate-que-ahí-te-voy” capaz de saltar cualquier obstáculo con una sabiduría más acá que la de cualquier best seller de autoayuda. También podemos sintonizarnos en el canal del “Ay, de mí” y narrar varias inclemencias para que el lector piense “Qué bárbaro. Qué vida le tocó a este pobre. Es un superviviente”.
Como en el teatro, en la autobiografía uno decide cuánto enseña y si en verdad uno se va a encuerar o si mejor le damos la vuelta y optamos por un uso virtuoso del maquillaje.
Eso es algo que corroboro en cada taller que imparto, en los que he tomado con otros profesores, así como en las autobiografías que he leído y en textos que la abordan como objeto de estudio.
Así pues, aquí va la pregunta de los sesenta y cuatro mil pesos, camarada: ¿qué tanto estás dispuesto a contar en verdad?
Y de antemano te digo que cualquier respuesta es válida. Si decides hacer un mero ejercicio de autoexploración o si se trata de contar uno de esos eventos parteaguas (positivo o negativo), está bien. Al fin y al cabo es tu territorio y son tus líneas.
Si deseas escribir algo que sólo leerás tú o una autobiografía novelada que aspiras a publicar, también se vale. Cualquier propósito rendirá frutos siempre y cuando la disciplina esté a la altura del objetivo.
Si hay algo que me han enseñado todas y cada una de las personas que han tomado el taller es que el secreto es la honestidad. Asumo que todos los que están interesados seriamente en la escritura saben que la disciplina es imprescindible, sin embargo, la honestidad es el otro pilar que hace que un texto sea luminoso. He tenido la oportunidad de escuchar en la misma mesa a personas con altos grados académicos y a otras que apenas han acabado la primaria y la evidencia siempre se expone sin miramientos: al momento de escribirse (de encuerarse), los título nobiliarios académicos pueden ayudar, pero no garantizan que el texto atrape si no hay honestidad.
Si quieres empezar a escribir autobiografía, camarada, lo primero a saber es que nunca hay fórmulas. Sólo uno cabe en su destino y es absurdo querer seguir los patrones que otros han seguido. Para corroborarlo basta echarle un ojo a las autobiografías de otros: en nada se parece la de Banana Yoshimoto a la de Charles Chaplin; Julián Herbert y Patti Smith no podrían compartir en sus páginas ni un solo capítulo; el impulso de Jean Jaques Rosseau nació en un lugar muy distinto al de Fernando Pessoa. La autobiografía es la huella digital que nosotros mismos vamos acuñando con la palabra y la memoria.
Así pues, asumamos que aquí no hay mapas ni salidas de emergencia ni tablas de salvación. De hecho es muy seguro que, como en cualquier trabajo serio de investigación, nos perdamos en algún momento del camino. Cuando esto sucede, creo que lo único que nos puede sacar del atolladero es seguir trabajando. Y es que ya bien lo dijo Demetro Duccio en Escribirse: “La autobiografía obliga a nuestro cerebro a analizar, desmontar y volver a montar, clasificar y ordenar, relacionar, conectar, poner en secuencia cronológica o incluso inventar a partir de la observación de uno mismo y de la observación de los hechos y de lo que sucede en el pensamiento”.
Y ni hablar de todo lo que sucede en las vísceras y en el corazón cuando uno está en el proceso, camarada. Es muy probable que nos vuelvan a suceder los retortijones y las taquicardias; la ventaja es que ya nos acontece en privado: públicamente no hay nada de qué avergonzarse y los reclamos ya no atraviesan punzantes los oídos del destinatario, sino que encuentran un lugar y se van acomodando en la página.
Vale pues, camarada, si ya tienes bien abrochado el cinturón de seguridad para dar el salto y aguantar los impactos, aquí comparto algunas sugerencias que podrían ayudarte a disfrutar la caída libre.
Pon todas las piezas del rompecabezas sobre la mesa
Si aún no tienes idea de qué eventos quieres contar, anota todos aquellos que sean memorables, aquellos que implicaron un cambio; los que marcan un antes y un después.
No te preocupes por el orden ni por la estructura; sólo vacía los acontecimientos en una lluvia de ideas.
Quítese la pena, camarada
Tal vez, cuando estés haciendo el vaciado, te invadan algunas preguntas que, por absurdas que parezcan, pueden hacer que te detengas y des pasos atrás: ¿Y si Perengano o Mengano lo lee? Eso déjalo para después, camarada. Es como preocuparse por cómo va a quedar el queso cuando ni siquiera ha llegado la vaca.
Primero escribes por y para ti. Cuando decidas hacer la cruzada de sacarlo a la luz para su publicación, ya te darás el espacio de editar a partir de un objetivo específico.
En todo caso, por si las dudas, extrema precauciones al guardar tus archivos o textos para que tu historia sólo se quede contigo y no vaya a caer en las manos equivocadas.
La otra pregunta que puede parecer inofensiva pero que, inesperadamente puede ser muy peligrosa es ¿Y esto a quién le puede importar si yo no soy ningún personaje histórico, científico, cómico, mágico o musical sobresaliente? Pues de entrada a quien más le debe importar tu historia es a ti, camarada. Vas a contar tu propia versión de los hechos y eso es un acto privado; para muchos, incluso terapéutico. Si nuestra valía dependiera siempre de nuestros grados académicos, de nuestros seguidores en las redes, de nuestros méritos deportivos o científicos, de nuestro nivel socioeconómico, de nuestros récords registrados en el libro Guinness… pues estamos fritos. Cada uno de nosotros tiene una serie de atributos, características, bagaje, vicios, demonios y demás que nos hacen únicos en forma y contenido.
Establece tus fronteras
Ahora sí, una vez que tienes toda una colección de acontecimientos, elige cuáles vas a desarrollar. Delimita a partir de qué es lo que quieres contar y con cuánto tiempo dispones para ello. Te advierto que esto te puede llevar mucho rato, así que sería bueno saber cómo andas de combustible en la tinta y en tus itinerarios.
Si no tienes ninguna prisa y quieres escribirlos toditos, está bien.
Si quieres contar a fondo sólo un gran acontecimiento, está bien.
Si quieres relatar tu convivencia con un personaje en particular, está bien.
Todo está bien. Eso sí, es perfectible. Pero, por favor, de entrada no te me agüites lanzando juicios acerca de lo que escribes, camarada. Si te percatas de que necesitas hacer ajustes en el camino, pues los haces y no ocasionarás ninguna tragedia en el mundo.
Empieza probando con el capítulo que tú quieras
Esto es como ir a la feria: súbete primero al juego que has estado esperando todo el camino. Imagínate si te obligan a subir a todos los juegos conforme aparecen en el mapa o en el estricto orden que desean tus papás… pues no vas a disfrutar por completo la tranquilidad de los caballitos por andar pensando en los carros chocones.
¿Hay algún acontecimiento que te mueres por volver a revisar porque te gusta, porque no entiendes, porque te saca de onda? Pues entonces primero quítate esa espina y escríbela.
Tal vez aquí empiece a germinar una estructura y damos el siguiente paso:
Configura el esqueleto de tu historia
¿En qué orden la quieres contar? ¿Por dónde vas a empezar? Establece la trayectoria que quieres recorrer y los puntos en los que te vas a detener. Cuando te sientas perdido, camarada, revisa nuevamente la ruta que estableciste. Tal vez aquí descubras que ya te desviaste o que el camino más interesante está justamente donde menos habías pensado y sea momento de cambiar de norte y de sur.
Sé flexible con tus expectativas
Si en cierto momento te das cuenta de que nada de lo que tenías planeado ha sucedido exactamente como tú querías, fluye. Como dice una canción del célebre Juan Gabriel: “No te aferres”. Relee lo que has escrito, verifica cómo lo estás haciendo y si eso de plano resulta en otra cosa, ¡salud, camarada! Los árboles torcidos tienen su propia belleza. ¿Vale la pena enderezar el tronco?
Me voy a permitir hacer un paréntesis antes de dar la última sugerencia porque aquí, desde la comodidad de mi computadora, no tengo idea la situación de cada persona que me esté leyendo. No sé qué tan dura sea la batalla que cada uno de mis camaradas esté librando y qué tal que alguno de ustedes quiere contar un episodio muy doloroso. Qué tal que tú ya te quitaste la armadura, estás dispuesto a quemar tus naves y a saltar al vacío de uno de los momentos más inconfesables. Para ti va un pequeño pero invaluable regalo que me dio alguna vez alguien que hacía lucha grecorromana. Que conste en actas que esto lo saqué de una conversación en un café para que luego no me anden diciendo que dé las fuentes exactas y mencione las investigaciones que lo avalan.
Este muchacho me dijo que los griegos eran considerados los hombres más fuertes del mundo. ¿Por qué? Pues porque para entrenarse debían cargar todos los días a un becerro. Cada luchador tenía asignado el suyo y debía cargarlo desde su nacimiento hasta que creciera en todo su esplendor. Así, llegaba el día en que los luchadores griegos eran capaces de levantar toros.
Lo mismo pasa con la escritura autobiográfica: tal vez descubras que lo que quieres contar es un toro que debes cargar. Tal vez te percates de que aún no tienes la musculatura suficiente para levantar sobre tus hombros a la más grande de tus bestias. Si es así, como hacían los griegos, empieza por un becerro: algo que puedas contar de principio a fin sin desgarrarte los tendones. Después, poco a poco y conforme te sigas entrenando en esto de la lucha greco-escrito-romana, carga un animal más pesado. Si no claudicas, algún día podrás mirar a los ojos de ese toro que te está bufando en la nuca desde hace tiempo.
Ahora sí, la última sugerencia:
Deja descansar el texto y ajusta
Ya sé que no estoy descubriendo el hilo negro; lo sé, pero atiendo a la máxima de que el problema del sentido común es que sólo es obvio cuando se señala.
Todos lo sabemos, camarada: debemos revisar el texto y ajustar, pero… ¿de verdad todos lo hacemos?
A mí siempre me viene bien descansar lo que escribo para después leer con la mirada más descansada. Cuando se entrega un trabajo sin revisión o con cansancio, el umbral del error crece. Mucho.
Esto es todo lo que te puedo decir aquí e, insisto, son meras sugerencias. Todas ellas las he acuñado después de doce años de trabajo dando talleres a personas que van desde los 19 a los 91 años (aunque parezca inverosímil por la coincidencia de las cifras, juro que así es, al menos hasta el instante en que escribo este artículo).
De una vez te advierto que debes estar preparado, camarada, porque la memoria es un monstruo de muchas cabezas que se van despertando entre sí: cuando estás a la mitad de un episodio, puede que te aborde otro que hace mucho no evocabas y luego ese te lleva a otro de más lejos. La buena noticia es que puede ser un monstruo bastante prolífico si dejas que te ayude a configurar los detalles.
Sin duda también es uno de los más temibles y cuando menos lo esperamos, puede tendernos una trampa, pero con palabra en mano, es más fácil negociar con él.
Buen viaje, camarada.
10 Responses
Gracias Lourdes, leerte siempre es un aliciente, un empujoncito para animarme a seguir escribiendo, mal y como lo hago, pero es mío.
Gracias siempre
Qué gusto leerte, camarada Perla.
Recibo tus palabras con mucho cariño.
Gracias por ayudarme a escribir mi autobiografía y con ello hacer las paces con mi pasado.
Gracias a ti por confiar y salirte del lugar cómodo, querida Luz.
Que gusto leerte y, sin que lo sepas, animarme a volver a sentarme frente a mi computadora y sacar esos sentimientos que en su momento y a través del taller salieron al sol a sacudirme, enfrentarme, a demostrarme que nunca se fueron, que siempre han estado ahí ocultos atrás de una sonrisa o de un sentimiento de culpa. Me falta disciplina y decisión ¿o será un poco de miedo? ¡No sé! Lo que sí sé es que estoy un poco más cerca de hacerlo siguiendo estos pasos que nos has dado. Un abrazo
Ocurre que escribir nos vulnera, querida Claudia. Por eso da miedo. Siempre da miedo. Pero justo por eso ayuda a cauterizar.
¡Abrazo!
Querida Lou. La escritura siempre ha formado parte de mi vida, aún cuando de niña no sabía que tenía la facilidad de hacerlo. Tú me ayudaste a darme cuenta que vale la pena escribir y tener la confianza para escribir de mí. Tus talleres son espectaculares y tu conocimiento es enorme. Aunque por el momento no tengo el tiempo y el dinero, no quito el dedo del renglón para escribir mi autobiografía tomada de tu mano… Muchas gracias por todo lo que compartes, que siempre es como agua fresca en un desierto.
Carmen, me has estrujado mi corazoncito.
Gracias por tus palabras tan cálidas y tan llenas de cariño.
Cuando puedas, cuando estés lista, acá estaré.
Abrazo fortísimo.
Gracias Lourdes, en estas clases que he podido tomar contigo me has ayudado a mirarme de otras maneras y eso me parece tan mágico, tu calidez, tu acompañamiento a traves de la pantalla. Aún no me animo a desnudarme por completo, (y en mi cabeza comienza a surgir muchas ideas) pero sé que poco a poquito, como tu lo mencionas, lo podré hacer, digamos que me animé a vestir con bermudas y faldas (y realmente ha sido así, después de unas líneas de la autobiografía). Quiero seguir aprendiendo de ti y de las maravillosas mujeres que se animan a autodescubrirse. Gracias
Un gustazo acompañarte en el camino, Sof.
Por supuesto, yo también quiero seguir aprendiendo de ti.
Abrazo fortísimo y… ¡Nos vemos en el taller!