¡Hola, camarada!
Te comparto que pocas cosas me chocan tanto como enfrentarme a ese monstruo de mil cabezas: los trastes sucios. Y la manera más amable que he encontrado para enfrentarme a ello es escuchando videos de personajes y temas que me interesan.
Así fue como llegué a una entrevista a la filóloga Lola Pons sobre un libro que publicó recientemente: Una lengua muy muy larga.
Ya sabes, lo habitual para enterarnos de qué va el libro: qué abarca, cuánto tiempo le llevó escribirlo, cómo se le ocurrió, etcétera.
Lo verdaderamente interesante vino al final, cuando le hicieron una serie de preguntas que tenía que responder de manera espontánea.
Entonces vino LA pregunta:
¿Cuál es la palabra más peligrosa?
Te confieso que no me la esperaba. Honestamente, por mi cabeza pasaron muchas palabras con una carga negativa.
Entonces, la gran Lola Pons, sin pestañear, dijo:
La verdad me quedé en pausa… Claro… ¡Claro, claro, claro!
Esa palabra es la que nos ha confrontado una y otra vez hasta la sangre.
La hemos visto ondear la bandera de los enfrentamientos más violentos y la vemos como justificación para los actos más irracionales.
Lo peligroso es que lo abarca todo: los pueblos, las ideas, los cuerpos, las lenguas, los bienes, los discursos… Puede devorar, como la humedad, el pensamiento individual y el colectivo.
Ninguna palabra como esa para justificar la mezquindad y normalizar la intolerancia… en todos los territorios: desde los más inocentes, hasta los más cruentos.
Y, ojo, también está detrás de quienes defienden “la belleza del idioma” porque es lo más cómodo. Porque indagar en la historia de la lengua como una manifestación de la manera en que habitamos y configuramos el mundo requiere de reflexión, de escucha… de esfuerzo.
Tal vez, camarada, lo más peligroso de todo es que nos contamos el cuento de que la “pureza” es hermana gemela de la “bondad” y no. No son sinónimos, no comparten significado, no tienen la misma carga genética ni el mismo apellido.
Así pues, vale la pena revisar en qué ámbitos nos estamos contando esta historia para que no nos gane la soberbia.
Hasta aquí la conversación del día, camarada.